Por
Horace de La Bruyere.
Esta novela corta obtuvo primer
premio en el Régimen de Fomento del Fondo Nacional de las Artes de la República Argentina en su
género,dentro del Régimen de Fomento a
la Producción Literaria Nacional y Estímulo a la Industria Editorial
para el bienio 1991-93.
Comisión Asesora de Letras
del Fondo Nacional de las Artes:
Esther de Izaguirre, Carlos Paz y Nina Thurler.
Primera parte, en la que se
describen ciertas relaciones de la familia consigo misma.
Nos gustaba hacerles creer a
todos los demás que formábamos una familia normal. Mi hermano el austríaco
solía esconder cualquier señal del Imperio ante la llegada de cualquier visita.
Franz, mi padre de Baviera, se resistía a creer que ese muchacho fuera tan
listo. El tío Martin, -catedrático en Friburgo- sostenía que la información
genética familiar estaba grabada tanto en Karl como en todos nosotros. Franz,
el padre de Baviera, siempre discutía con el tío Martin sobre este aspecto, ya
que, por ejemplo, tenía a la abuela semítica encerrada en el altillo y no quería
saber nada con soltarla. Mamá Mourinho, directora técnica, le llevaba la comida
a la abuela semítica con ciertas reservas de su parte ya que no estaba
demasiado segura sobre el completo aislamiento de la abuela. Creía que la vieja
recibía ciertos refuerzos de parte de algún infiltrado en la familia porque era
imposible que la anciana sobreviviera sólo con cuarenta gramos de porotos
semanales. El que se hacía el plato pero el plato de veras era el primo
Alejandro, que siempre fue un malvado para ciertas cosas. Resulta que le robaba
casi la mitad de los porotos a la abuela para ver si aguantaba. La vieja estaba
completamente loca y olía como un orangután en celo, pero qué celos ni ocho
cuartos si lo único que le importaba eran esos escasos porotos que le quedaban
después de la expoliación del primo Alejandro, el hijo de la tía Juana la
hermana de papá uruguayo. Papá uruguayo tiene su historia, pero mejor seguir
con las expoliaciones. Otro que gustaba de los porotos de la pobre orangutana
de la abuela semítica el Bebote, una especie de malformación que crece en
cualquier familia que se precie de tal. El Bebote es sinceramente brillante,
poseedor de un cerebro de esos que se ven unas cinco o seis veces por siglo.
Pero, pobrecito, sus funciones no se corresponden en absoluto con su anatomía:
Nunca pudo dominar a su cuerpo para nada. Es capaz de volcar su plato de comida
seis veces en la misma cena, habiendo entrevisto, mientras tanto, las
relaciones no evidentes ni evidenciadas entre la héptuple fuerza de la materia
simple del gas freón aplicada sobre un campo de helio cuyas masas estén
perfectamente equilibradas en medio de una fuerza magnética de –digamos-
treinta kilos por centímetro cuadrado. El Bebote tiene en servilletas de papel
descartable que a tal efecto –el de servilletas- ha mandado comprar la madre
marina. Pero nadie – ni siquiera el más brillante vástago de la madre marina,
que hasta ha ido a comprar las servilletas- es capaz de entender esos
logaritmos y ecuaciones. Franz, mi padre de Baviera, cree que las ecuaciones
del Bebote forman parte de una cosmografía que viene a perfeccionar y a
completar la de Johannes Kepler, pero aquí también discrepa con el tío Martin,
a la sazón catedrático en Friburgo. Tío Martin sostiene que el Bebote es
oligofrénico y que sólo usa los porotos que le hurta a la abuela semítica con
la aquiescencia de Mamá Mourinho, directora técnica, para arrojarlos a as
cabezas de los transeúntes desde el balcón del piso que la familia tiene en la
calle Charcas, compartido en parte aunque no del todo con ese personaje que
viene a ser el pobre fascista pelado manu militari, también conocido como el
indigente anciano de los pisos inferiores, habida cuenta de la propensión
genética que tenemos en casa hacia el latín, la elipsis y sobre todo al
pleonasmo. Pero todo el mundo sabe que el tío Martin es un poco del palo,
también por haber apoyado al Régimen de la Iniquidad en su momento. Sus
enemigos –los del tío Martin- dicen que está loco, pero en realidad está
clarísimo que su mente es la última totalizadora de este siglo que se fue, y
que nadie ha alcanzado tanta variedad de ciencias y en tal profundidad como él,
Tino de aquí en adelante. Pudo aplaudir a los clowns del Régimen de la
Iniquidad, pero en aquel momento era demasiado joven. Además, muchos de sus
seguidores ahora demuestran por medio de cálculos no tan convincentes como los
del Bebote en las servilletas de papel descartable que a tal efecto he comprado
yo que vengo a ser el hijo de la madre marina, que en realidad Tino nada o casi
nada tuvo que ver con el Régimen de la Iniquidad, que su participación se trata
de un error histórico a todas luces olvidable. Y si bien puede haber quienes de
nosotros no olviden, el error es perdonable, casi siempre. Aún así, si la
mayoría no perdona al Régimen de la Iniquidad, siempre existirá el modo de
indultar porque Dios es sabio, Alá es grande y Racing el primer campeón mundial
de la historia de nuestro fútbol. Y aunque alguna vez se haya ido a la B,
aunque no le llegue ni a la cintura al Rojo, también salió de Avellaneda y
tiene la hinchada más obcecada del país, qué jorobar. Porque eso es lo que hace
grande a un club. Una hinchada que lo siga a todos lados y que llene el estadio
todas las semanas, no importándole que la convocatoria se lleve a cabo un
domingo, un sábado o un martes. Puedo recordar en este aspecto y como si se
tratara del día de la fecha aquel 25 de junio de 1978. Yo era muy joven. Nunca
había escuchado la palabra desaparecido en el sentido que el Régimen de la
Iniquidad la popularizara por medio de ciertas baladas francesas, algunos años
después. En mi colegio no había drogas, nadie decía una mala palabra y no
volaba una tiza. Alemania - Polonia abrieron el campeonato en un partido
anodino, con clarísimas estrategias defensivas. El cero a cero final es una
prueba de lo que digo. Esa tarde Tino la emprendió con la epistemología,
dictando una conferencia pública, abierta, gratuita y también anodina. Esa
misma tarde, también, con el aval del venerable general don Rafael, último
eslabón de la cadena de mandos y único comandante apresado tras la guerra por
el fuego, liquidaban a Dagmar, quien vaya a saber de cuál novela es
protagonista. De ésta no. Sólo argentinos. El gordito Nono Lucas, mujeriego
incorregible, borracho de los que ya no quedan en el Río de la Plata, aquella
tarde estuvo haciendo el amor a una mujer que podía ser su nieta, pero, claro,
todo aquello fue otra de las tantas extrañas ecuaciones y cuestión de gustos a
la hora de la siesta, cuando peregrinas o no tanto erecciones atacan a los
hombres y las mujeres quieren hacerse cargo de algo intangible como un orgasmo.
Dios perdone a los hombres, mientras se ríe en su reino de flores y música
inmortal. Papá uruguayo, único hijo de Haile Selaisse, un pariente negro de
origen desconocido pero más que presumiblemente africano, y si me dejan elegir,
de la zona de Olduvai, que es de donde proviene la familia, recuerda que ese
día paseaba por la Plaza de Mayo, cruzándose por vez primera con la gente de
los pañuelos blancos, pobrecitas. Después todo se desvirtuaría, como siempre es
la costumbre entre los eres que habitan estas tierras, pero en el fondo esta
gente no se diferencia de la que vive en otros sitios, por lejanos que sean.
Papá uruguayo, casi único hijo de Jessica Hakim, quien fuera princesa oriental
en su momento y famosa entonces por su belleza y su terrible maldad, no quería
pensar en el asunto porque le dolía calculara tantos muertos a manos del
Régimen de la Iniquidad que sustentara el venerable general don Rafael, a la sazón
también parte de la familia. Adentro de estas dudas se debatía el papá
uruguayo, cuando esa tarde de junio sólo se dijo que estaba todo podrido,
guardando un silencio que duró exactamente siete años, siete meses y siete
días. La prima Alejandra, que siempre se conduele de casos como el suyo –es
posible que sea ella quien sobrealimenta a la abuela semítica- lo acompañó en
el silencio por escasos veinte minutos, y más tarde concluyó que lo mejor sería
comunicarse con el mundo para establecer los debidos contactos, y obligar así
al Ministerror del Infierno para que dijera dónde estaba todo el mundo. Todo el
mundo que no estaba, claro. Posiblemente, después de todo no importe en
absoluto cuáles sean las reacciones tanto de la madre marina cuanto del padre
oriundo en Baviera. En última instancia el más afectado por los hechos resultó
ser el venerable general don Rafael que hasta hizo una declaración de carácter
definitivo para la prensa escrita. Definitiva y escrita ya que el venerable ha
decidido no atender a la radio ni a la televisión porque su aspecto se vio
profundamente afectado por los hechos que son de público conocimiento, porque
la verdad es que él no sabía nada. Adelgazó hasta el paroxismo y su imagen se
tornó así lastimosa, aparte de tartamudear como una de esas ametralladoras Uzis
que él tanto apreció siempre, más allá de toda ideología. Este asunto del
tartamudeo sobrevino después de una fuerte emoción, la que nada tuvo que ver
con los ribetes más sobresalientes de su dilatada y siempre ascendente carrera.
Él, que fuera responsabilizado por más de ocho mil asesinatos debidamente
comprobados, que le arrancara lágrimas a don Jorge el insensible y que
soportara con estoicismo la prisión y la indiferencia de sus pares, así también
como el escarnio inevitable de la plebe, se volvió completamente tartamudo al
enterarse que la prima Alejandra estaba embarazada. Si el tartamudeo se
contrarrestara con otra impresión fuerte, tal como ocurría en la serie
televisiva “Valle de Pasiones”, cuyos personajes la adquirían y la perdían a
los golpes, si se contrarrestara la amnesia, decía yo, con una impresión tan
fuerte como el embarazo de la prima Alejandra, esto sin duda debía haber sido
el asunto de la locura de La Tablada, pero no fue así. El venerable siguió
tartamudeando como en sus mejores épocas, escupiendo a todo el que se le
pusiera adelante. Lo más doloroso para él fue que entre los organizadores de la
locura de La Tablada se encontraba Fray Ángel Seisdedos, aquel de apariencia
inequívoca, personalidad esquizoide y sexo polifacético, a tal punto de ser
conocido además como sor Angela Travis, primera pastora protestante después del
acceso de la familia al primer mundo, penetrita mediante. Fray Ángel/Sor Angela
es sin duda un ser prodigioso, quien entre otros fenómenos fue capaz de haber
procreado un hijo de sí mismo, engendro que no es otro que el Bebote y que
tantas satisfacciones les diera a sus padres. El Bebote también es uruguayo,
como alguno de mis padres, pero lo suyo –lo del Bebote- es meramente circunstancial.
Su concepción ocurrió cuando Fray Ángel debió viajar a la banda Oriental por
cuestiones espirituales. Aparentemente un tupamaro de ley había perdido su fe
combativa después de haber cobrado un suculento rescate por la liberación de un
poderoso industrial ítalo norteamericano cuyo nombre nunca revelaré, pero que
había sido agente de la CIA en sus ratos libres. A todo eso mi hermana Gisella
la traductora instantánea se permitía baños de sol con su novio en la terraza
de un hotel internacional de Buenos Aires completamente desnudos ambos para
sorpresa de la grey católica y delectación de los medios de comunicación de
aquella época, que viene a ser ésta pero un poco retrasada, en fin, todo es
cuestión de medida, recitaría la madre de Pablito que no es de la familia. Mi
hermana decía tomaba sol en bolas pero esto más bien su novio en una de las más
elevadas terrazas de esta pálida ciudad planeando quién sabe qué fiesta porque
a ellos siempre les gustó sorprender; mientras tanto, el tupamaro converso por
el dinero del rescate, mas no por la sabia palabra de Fray Ángel, observaba
atentamente a Gisella que sus buenas tetas tiene, aunque haya pasado tanto
tiempo. “Hoy, querido”, decía el tupamaro converso a una revista francesa...
“la vida está compuesta de infinitos instantes, cual ladrillos de una casa. El
negocio es sacarle el momento único a cada ladrillo”, como haciéndose increíble
eco del futuro, algo posible de encontrar muchos años después en aquel librito
inhallable de Pierre Rey sobre su temporada con Lacan: “Eres lo que
gozas”, pero en aquel entonces Pierre
Rey empezaba solamente a ufanarse del avaro Jacques, sin lugar a dudas su Gran
Otro. El otro nuestro, el tupamaro, seguía explicándole a Jean-Claude Lumiére
que quería ser feliz a toda costa, pero no en la globalidad sino en la
particularidad de cada uno de esos instantes o ladrillos, citando a futuro,
sosteniendo como Rey que la felicidad nunca había hecho feliz a nadie, todo
esto mientras le fichaba las tetas a mi hermana Gisella, ya que la entrevista
se llevó a cabo en la terraza a la que ya hicimos referencia. El que no caza ni
una de las que le tiro es Narizota, pero después te cuento porque se trata de
una historia casi incestuosa que me involucra y por ahora no quiero meter las
manos en el fuego (otra vez). Ci vediamo.
Apósito de la primera parte,
donde se ventilan ciertos trapitos que mejor no haberse puesto a contar, mire.
Porque si bien una parte de
la familia es aristotélica y tomista, hay unos cuantos ateos de la parte de los
marxistas leninistas que no le cuento. Le cuento que no hacen lío, porque los
otros no existen. Es la rama del pe ce, no de la familia sino de los zurdos,
ésa de la que mejor no hablar. En realidad lo más interesante del caso es la
actitud de los primos que eran pobres, eso cuando eran chiquitos, y después se
convirtieron en apoderados de las finanzas habidas tras los secuestros
extorsivos, vea qué horror. Eran muchos, muchísimos, pero a algunos de ellos
los mataron en combate, otros se tomaron el pirulero, usted me entiende, y la
mayoría desapareció. Así como se lo digo. Nada por aquí, nada por allá. En una
de ésas es lo mejor, con los despelotes que hubo siempre en este país. Pero eso
es irse por las ramas y yo no, vea, no hay nada ni nadie que me saque de mi
rutina. El asunto es que cuando se rompió la cadena de mandos, allá en el
treinta, las instituciones desaparecieron, por lo menos en el seno de la
familia –que es de todas, la primera institución- y eso es decir mucho. A nadie
le pueden contar la historia cuando la vivió, de modo tal que los tíos Barca,
Navaja y Pernía se resintieron muchísimo en contra de las instituciones cuando
se armó la gorda por el tema de los frigoríficos. Don Leandro, a la sazón
concuñado del padre de Baviera, terminó sus días del modo que ustedes ya saben,
llevando –sin darse cuenta- a la ruina a cierta parte de la familia que nunca
le perdonó tanto patriotismo. Algunos de ellos reaccionaron violentamente en
contra de lo que creían era un atropello por parte de don Leandro: Cómo iba a
dispararse así, sin avisar, le reprochaban. Los tíos rebeldes –y no me refiero
con esto al grupo de rock- se parapetaron entonces en la quinta del sur del
Gran Buenos Aires, la de Quilmes, y no salieron de allí ni con la amenaza de la
tercera invasión inglesa, que se produciría allá por el ochenta y dos, la puta
que los parió. El caso es que se aislaron de la realidad (los tíos rebeldes, no
los ingleses) y fuera de la realidad empezaron a vivir otra, que terminó
enajenándolos de tal modo que creyeron ser los depositarios de la única verdad
de la familia. Afortunadamente la abuela semítica –para entonces era muy joven
y se desplazaba perfectamente dentro del territorio perteneciente a la familia-
les acercaba sus insoportables budines, a los que siempre les faltó azúcar,
levadura y huevo. Esa especie de mazacote indigestible pudo haber incidido en
el ánimo hepático que desarrollaran con el correr de los años los tíos Barca,
Navaja y Pernía, pero fundamentalmente, ellos desarrollaron un odio de clase,
que podría calificarse como de clase “A”. Orientaron a toda una parte de la
familia hacia valores completamente ajenos al espíritu de nuestro ser nac and
pop, tanto, que resulta casi incomprensible que yo mismo los haya denominado
“valores”. El nono Lucas aprovechó en principio esta situación, ya que las
jóvenes revolucionarias le resultaron desde siempre particularmente fáciles de
engatusar y voltear, (en el sentido copulativo del término) sobre todo en la
etapa del adoctrinamiento, cuando prolifera la lectura de tanto iconoclasta de
izquierda y el café instantáneo, con perdón, eso sí, del verdadero café. Lo
peor del caso fue la reacción en cadena que dispararon en aquel entonces y
hacia muchos años después, cuando la otra rama de la familia tuvo la sartén por
el mango y reventó a tanta gente, suerte que se salvó Pirillo, el repartidor de
garrafas anarquista de quien hablaremos en su debido momento. En esa especie de
equilibrio universal que tan bien manejan los orientales como la princesa
Jessica Hakim o el padre uruguayo, hubo después de muchos años otros
iconoclastas que creyeron tener -sólo ellos- la única verdad de la familia.
Contarlo no es como haberlo vivido, pero créame que me sensibilizo cada vez que
vuelvo sobre el tema. Pepe Trotsky, el militante de izquierda y multiplicador
de dinero utilizado por los poderes de las sombras para manejar sus finanzas,
decidió un buen día que era mucho mejor (más seguro) retornar al seno de la
familia y decidió pagar sus culpas. Fue confinado a una de las habitaciones más
pequeñas de la planta baja, cerca de la cocina, y privado de ingerir postres
durante veinticinco años. A todo esto, los tíos rebeldes se reprodujeron y
tuvieron muchos hijos, a la buena de Dios y sin espectacularidad ninguna.
Sinceramente, no sé cómo seguir. Decirle a usted que formaron una banda armada
con fines de lucro es poco. En su momento tuvieron poder, no crea. Mire que
hasta el tío Kelly estaba callado... Pero ése es un dato histórico de imposible
constatación. Nuestras generaciones se criaron en estas divisiones, lo que
incidió para que surgieran disputas en la confección de la lista, claro que
deberé informar qué es la lista. Se trata de un libro enorme, donde nos
anotamos... Pero después le redondeo. Estábamos en el poder de los primos, que
era bastante, teniendo en cuenta que no había en la familia antecedente alguno
de movimientos de esa naturaleza. El negocio de los primos del sur se
autofinanciaba, se autoabastecía y finalmente se autoconsumió. Ocurre que esa
parte de la familia que confundió marxismo leninismo con una ideología, con una
religión, o vaya a saber con qué puta, pedaleó, pedaleó y pedaleó una bicicleta
irreal hasta que se acabó el pavimento. En el fondo les vino bien, porque,
seamos sinceros, esa parte de la familia, tanto tiempo encerrada en la quinta
de Quilmes, era un poco tarada, vea, como los otros, que desaparecían gente, ni
más ni menos. Tarados a tal punto de no tener nada que ofrecer ante su propio
triunfo. Así cualquiera, incluso el Gorrión Ramos Mexía, falso recitador del
programa de Tato Bores e ideólogo de La Tablada, del que hablaremos también en
su debido momento, ya que está más a la izquierda aún que los tíos rebeldes.
Pero todo eso forma parte de un capítulo al que se lo entrevé lozano y fresco a
la vuelta de la página, no ahora porque medio que cansa; mejor voy a preparar
unos mates.
Segunda parte
En la que sigue presentándose
a la familia relacionalmente con el mundo que la rodea.
El aparte viene a cuento
porque la computadora familiar –ésta misma en la que tipeo, fervoroso, cual
homínido golpeando la roca con el buril- esta computadora Ultra Cymes de 8
K-Bytes (fabricación nacional o por lo menos ensamblada en la isla Maciel), de
la que se valiera el Bebote para pergeñar el sistema básico de las súper
cuerdas con un palito en la boca porque ése es el único modo en que el pobre le
acierte a las teclas, no se banca tanta información de golpe y entonces hay que
cortar el discurso a cada tanto. Está bien que el Bebote usaba otro programa,
pero la escasa capacidad de memoria del equipo viene a confirmar su genio
excepcional ya que a cada tanto él también debía cortar, quizás en medio de la
argumentación sobre la futilidad del determinismo de Laplace –con todo respeto,
claro- o de ciertas elucubraciones acerca de la incertidumbre en la mecánica
cuántica respecto de ciertas parejas de cantidades, como por ejemplo la
posición y la velocidad de las partículas. Un día lo encontramos, pobre Bebote,
en medio de un ataque de risa frente a la pantalla, babeando el teclado a más
no poder. Afortunadamente ya había podido hacer un Barra-File-Save a tiempo y
pudimos leer en la pantalla que en realidad
no había por qué esperar que las partículas respondieran a aquellos
viejos parámetros: Tal como en el determinismo de Laplace, que al Bebote le
quedó chico, la comunidad científica actual podía a partir de entonces pensar
que las partículas no deben responder a ninguna posición o velocidad: el Bebote
las representó por medio de una onda, que una vez conocida puede calcularse en
cualquier otro instante no de la propia existencia, sino de la existencia de la
onda. Si bien es cierto que la idea así desarrollada puede parecer
descabellada, no debemos olvidar que también lo pareció la teoría de las
cuerdas heteróticas autoconsistentes que el Bebote dio a conocer en la década
del setenta. EN tal teoría cabían los agujeros negros, la idea de la
unificación de todas las teorías en perfecta consonancia con la del Bebote, la
creación del mundo por parte de dios y viceversa, y la existencia de estructuras
biológicas autoconscientes de sí que investigan el origen del universo y se
interrogan acerca de la naturaleza de Dios. Afortunadamente el tío Martin
rescató la información en un disquete y la envió a Cambridge, donde tiene
catedráticos conocidos, quienes finalmente fueron quienes dieron a conocer el
trabajo del primo Esteban a la Comunidad Científica Mundial. Es curioso pero
debió ser reconocido en todo el globo para que en el seno de la familia
recordáramos y volviéramos a pronunciar su nombre: Esteban. Pero a las dos
semanas volvió a ser el Bebote, qué jorobar. Con los derechos de su libro, el
primo Esteban Falcón accedió por fin a su silla de ruedas con motor eléctrico
con la que ahora se desplaza por el enorme caserón de la familia. El primo
Alejandro, malvado y travieso, ladrón de estatuas y traficante de armas, se las ingenió para alisar parte de
las escaleras, convirtiéndolas así en rampas especiales para que el Bebote se
desplace. Algunas de ellas son muy inclinadas y por lo tanto demasiado rápidas,
y es por eso que es frecuente verlo, pobre Bebote, con su nueva silla eléctrica
de sombrero, sangrante y feliz, con esa sonrisa característica que no informa
nada porque es un rictus adquirido por su enfermedad que está terminando con su
cuerpo, pero que gracias a Dios no le impide seguir pensando. Frida H., la
hermana del tío Martin y del padre de Baviera y por eso mismo tía ella también,
en aquel tiempo se acostumbró a tomar velocidad en las rampas sin necesidad de
silla alguna, y a veces se estrellaba contra una pared de la planta baja, pero
como es tan gorda sólo rebota un poco y después sigue. Frida H., a quien nunca
pudimos llamar “tía”, se acuesta con el Gorrión Ramos Mexía, también de la
familia pero bajo un nombre supuesto ya que se trata del falso recitador del
programa de Tato Bores e ideólogo de La Tablada. A raíz de esas encamadas fue
que el Gorrión consiguió financiación para las armas. El dinero salía en
realidad del Banco del Noroeste, sobre el que nadie sabía para entonces que
estuviera copado por capitales de origen árabe, pero también, quién lo hubiera
dicho, si en el Directorio se sentaban dos hijos de la abuela semítica, no tan
locos y en absoluto malolientes como ella. En fin, el Gorrión se valió de sus
generosos veinticuatro centímetros de envergadura para llevar a cabo la
operación más histérica a la que recurriera alguna vez la ultra izquierda de la
familia, que en paz descanse. El que nunca tuvo oportunidad de ponerle las
manos encima al Gorrión fue el marido de Milonguita, que es casi como de la
familia. Cuando desapareció el primo Pirillo, aquel anarquista repartidor de
garrafas, el marido de Milonguita se acercó a la mansión de la calle Charcas
como quien no quiere la cosa, casi sin intención, como quien pasa por ahí, y
nos enteramos que tenía una Empresa de Seguridad. Lo dijo así, como al
descuido, y el padre uruguayo le hizo el primer approach para ver si el marido
de Milonguita podía “hacer algo”. Entonces el marido de Milonguita se puso la
mano derecha en el mentón, apoyó la mano izquierda sobre el codo, lo que
provocaba toda la sensación de una actitud pensativa. Pasó varios minutos en
esa posición, y ahora que lo pienso uno no podía dejar de mirarlo sin pensar en
un orangután. Mucho más tarde nos dimos cuenta que el marido de Milonguita era
una especie de gorila autóctona, de la que reprime a otra raza de primates, los
mandriles culones, también conocidos como cabecitas negras. Después de aquel
rato tan reflexivamente cinematográfico o viceversa, dijo que iba a ver, pero
que cualquier solución costaría algún dinerillo, claro. Jessica Hakim, la
abuela que fuera en su juventud princesa en oriente, famosa entonces por su
belleza y su maldad, cometió el error de decirle al marido de Milonguita que el
dinero no importaba. Así comenzó una relación que incluyó visitas domingueras a
la hora del té, donde profundizamos en los oscuros meandros de la perversa
personalidad de Milonguita, la esposa del recientemente revelado gorila. Ella
trabajaba en la embotelladora de una gaseosa de primera línea (capitales
estadounidenses) y oficiaba de señaladora: le indicaba a la Superioridad de la
Empresa quiénes conspiraban en contra del Régimen de la Iniquidad. Entonces las
autoridades le encargaban a su marido que se encargara del costoso y difícil trabajo
de convencer a los opositores, pero especialmente a los conspiradores, que
aquello no. Aquello caca. Pobre, Milonguita. Estaba convencida de lo que hacía.
Fray Ángel Seisdedos, el abuelo de esquiva apariencia y autogenerativo, trató
de evangelizarla en no se sabrá nunca cuál dirección, debido a su tendencia
tercermundista, pero ella se mantuvo firme. Aquellas charlas de domingo, con
disquisiciones filosóficas y éticas resultaron inolvidables. Armábamos la mesa
para toda la familia y a eso de las tres de la tarde llegaba Milonguita, su
marido y sus dos monitos. Él volvía a salir casi de inmediato, porque debía
seguir buscando. La tía Eloísa, hermana de Mamá Mourinho, directora técnica,,
se condolía por la suerte de ese muchacho. No para nunca, decía refiriéndose al
gorila. Antes de irse nos dejaban una gaseosa de dos litros que Milonguita
conseguía al costo en la Empresa. En la Embotelladora, claro, no en la de
Seguridad. Cerca de la botella también ponían un sobre, para que la familia
aportara algún óbolo para cubrir los gastos de investigación, pinchadura de
teléfonos y compra de aquellos simpáticos pasamontañas que usaba el gorila.
Milonguita era simpatiquísima, y charlaba y charlaba hasta que su marido venía
a buscarla. Para entonces, ya alguno de nosotros se había hecho cargo de poner
dinero en el sobre. Un domingo de aquellos, finalmente el gorila nos informó
que había ubicado al primo Pirillo. El gordito nono Lucas, borracho, mujeriego
y jugador, quería conocer a toda costa el sitio donde estaba secuestrado
Pirillo el repartidor de garrafas anarquista porque el marido de Milonguita nos
dijo que había caído en un chupadero. Pero el nono Lucas no entendía nada. Lo
que no le quedaba en claro a la abuela semítica era el asunto relacionado con
la necesidad del blanqueo de la detención , pero ante la duda que le suscitara
toda la situación ofreció una lata de veinte litros de pintura para frentes. En
la época en que Pirillo apareció debidamente blanqueado, mas no como propusiera
la abuela semítica, la princesa Jessica Hakim había cedido la casa quinta de
Moreno y el departamento de Talcahuano y Arenales, además de la mayor cantidad
de acciones de Molinos Río de la Plata a favor del marido de Milonguita, en
agradecimiento por los servicios y en parte de pago por las investigaciones, lo
que incluía un montón de necesarias coimas para acceder a ciertas
informaciones. Habían pasado tres años hasta que Pirillo apareció sin las
veintisiete garrafas y con quince kilos menos. La secuela más visible de su
cautiverio es que, desde su regreso, el pobre Pirillo llora a gritos cuando
escucha el apellido “Marx”, pero por lo demás está bien. Abandonó el reparto de
garrafas –el tránsito lo vuelve loco- y ahora se gana la vida escribiendo
jingles para televisión. La que no podía creer la historia de Pirillo y el
marido de Milonguita era la prima Catalina la gorda, exitosa dueña del video
club “La Cueva”, dueña de eso y además de una cara de culo permanente. El
malvado primo Alejandro, aquel travieso ladrón de estatuas y traficante de
armas, sostenía que Catalina la gorda actuaba así movida por el éxito. El nono
Lucas, que la tenía re-clara, decía que la cara de culo permanente que yacía
sobre el cuerpo de la prima Catalina la gorda se debía solamente que no había
nadie que se la moviera, en una expresión soez que ha sido siempre la vergüenza
de la familia. Ahora que por enésima vez menciono la palabra, me doy cuenta que
no he sido presentado, justo en el momento en el que prácticamente no queda
nadie a tal efecto: Yo, el Nonato. Me presento de tal modo para que puedan
entender las causas de mis cualidades y sobre todo de mis defectos. Mi historia
estaba en el vientre de mi madre. Mi ser estaba navegando por el líquido
amniótico del quinto mes cuando apareció en el interior de la placenta un fino
estilete que me hizo recular. Grande fue mi sorpresa cuando vi que el estilete
no pretendía matarme sino solamente excitarme con impulsos eléctricos, en la
práctica del deporte que más gozaban los pretores del Régimen de la Iniquidad:
La picana. Las sesiones duraban poco más de quince minutos y nunca más de media
hora. El procedimiento se llevó a cabo sistemáticamente durante los siguientes
dos meses, cuando finalmente mi madre falleció. Quizás por eso, los
veterinarios a cargo de los prisioneros del centro clandestino de detención me
dieron erróneamente por muerto también a mí. En realidad hacían casi bien:
nadie hubiera dado mucho por mi vida cuando el cuerpo inerte de mi madre fue
arrojado desde un biturbohélice Fokker F-27, rezago de la Segunda Guerra
Mundial que el gobierno había comprado de ocasión a los holandeses. Pero quiso
la suerte que la caída del cuerpo de mi madre fuera observada en detalle por un
Tupolev 144 o un quizás por MIG XXI, que según se dijo pasaba ocasionalmente
por ahí, aunque se sospecha que se tratara de una nave espía. El caso es que se
informó inmediatamente al Kremlin sobre tamaña animalada cometida por el
Régimen de la Iniquidad. Sin embargo, para ser completamente sinceros y en
honor a la verdad, no fue eso lo que me salvó, debido a que la comunicación
nunca llegó a Moscú. (Estos rusos son unos animales, también...) Ocurre que era
una noche sin luna y para colmo con ese problema que tiene desde siempre Buenos
Aires: los apagones. El caso es que el viejo Fokker volaba por instrumentos,
que indicaban cualquier cosa, y el navegante le informó al piloto que ya
estaban sobre el Río de la Plata, pero esas bestias le erraron al Río más ancho
del mundo (un orgullo argentino) y el cuerpo de mi madre fue a dar justo a la chimenea
de la gran casona familiar. Se especula que hubo suerte de que cayera con las
piernas abiertas, de tal modo que las mismas se trabaron en el cañón de la
chimenea, lo que produjo un aborto que podría calificarse como natural, porque
claro, con semejante caída, no hubiera habido embarazo que aguantara. Lo
notable del asunto es que quedé colgando del cordón umbilical por encima de las
brasas afortunadamente apagadas porque era verano. El primo Alejandro, malvado
y travieso, ladrón de estatuas y proveedor de armas tanto para los rebeldes
como para los oficialistas, fue el primero en verme resplandecer adentro de la
chimenea, aprovechando mi indefensión para cortar el hilo. Mi cuerpo rodó,
brillante, por la alfombra persa que pisaran tantas generaciones de genios e
idiotas que hicieron a este país así como es: demasiado grande para ser pequeño
y viceversa. Fui rescatado por Frederick del Shamanta, el negro orejudo apodado
Popper, habida cuenta esta vez de la afición familiar por la filosofía. Durante
semanas y semanas fui la provisión de energía para la mansión, porque según
explicar más tarde el tío Martin, catedrático en Friburgo, Tino de aquí en más,
mi cuerpo había oficiado de capacitor y receptor de energía durante mi
interrumpida gestación. Cuando me crecieron los párpados gracias a los cuidados
de Pamela, la esposa ilegítima de Popper, empecé a manejar el flujo de energía
que brotaba de mi ser a mi antojo. Para entonces comenzaron a llamarme Rómulo,
ya que Popper y mejor dicho aún Frederick del Shamanta es un cocker inglés, y
su pareja fue la que me amamantó. Yo, el Nonato, de carácter fogoso y
brillante, puedo encender las bombillas eléctricas con sólo tocarlas.
Apósito de la segunda, donde
el Nonato habla en tercera de lo que no le gusta.
Ocurre que no siempre los orígenes de uno son los que
uno prefiere, y ese es el caso del Nonato. Recuerda con claridad las palabras
de aquel Otro –en algún momento de la vida su Gran Otro: “Nada bueno puede
provenir del lugar de donde nacimos”, reflexión soltada luego de exhaustivos
análisis de los programas de competencias estudiantiles domingueros, en los que
podía apreciarse con toda claridad las notorias diferencias entre la gente de
distintas ramas de la familia. Esta reflexión siempre entristeció al Nonato porque
jamás pudo olvidar situaciones tales como la del sobrevuelo del Fokker, y
quizás sea esa la razón por la que entra en la sinrazón de colocar toda su
apuesta en aquellas cosas que todavía no ocurrieron pero que aún así generan
esperanza, mucho más que en aquellas otras cosas malas que sí ocurrieron y
quedaron marcadas en su ser para siempre. De acuerdo al calibre del pasado,
teniendo en cuenta los estados de ánimo y la valoración propia de cada momento,
el Nonato se pregunta a menudo si los recuerdos son algo que ya nada ni nadie
puede arrebatarnos, o si es que, por el contrario, forman parte de las cosas
que, como ocurre con aquellos que se fueron, perdimos para siempre. Esta
posibilidad le causa dolor, ya que es imposible el retorno de la felicidad pasada.
Por eso sueña que recuerda futuros promisorios, lo que es, ahora que lo pienso,
otra vieja costumbre de la familia.
Tercera parte
En la que no necesariamente
ocurra algo, pero, en fin, la vida tiene estas cosas y la familia no es ajena a
la vida. También en lo cotidiano puede residir lo trascendente, y en estos
casos siempre se hace historia.
Los debidamente advertidos supondrán en parte o no
que por las mismas razones expuestas en la segunda parte se parte de las mismas
suposiciones en esta tercera parte y tendrán razón o no pero solo en parte ya
que, de partes hablando, este país es como es gracias a sus partes y en parte
pese a esas partes. Básicamente la mejor estupidez –quizás la más exportable-
sea que todavía tenemos dentro de la familia a ciertos especímenes de los que
uno no quiere ni hablar. El tío Miranda es uno de ellos, actor de cuarta que
procede cual si fuera Lawrence Oliver y cantor de tangos además, hincha de
Atlanta y enorme unitario. Forma parte de una importante parte de la familia,
pero como les contaba hace unos instantes falta contar con un espíritu que en
esta parte me flaquea. Sin embargo, él representa a esa parte de la familia que
tiene la lista, que ahora sí es momento de definir, mensurar, calificar y
describir como se debe. Desde hace varias generaciones anotamos en un libraco
grandísimo los grupos a los que pertenece la familia. Somos católicos. No
podemos ni queremos negarlo. Pero muchos de nosotros tenemos amigos musulmanes
y judíos, sobre todo en esta generación, debido a que la madre marina nos
enseñó a no hacer distingo alguno en el aspecto religioso. La lista en realidad
comienza con un desaguisado histórico: “Mueran los salvajes corruptos
degenerados federales”. En fin. Hay a quienes en la familia esto les causa una
cierta hilaridad. Jesús de la Iglesia, canoso fumador de pipa y dueño de una
paz tan grande que hasta parece sobreactuada, sostiene que el libro es la
historia viva de nosotros mismos, y sonríe con ternura al repasar la lista. La
familia es unitaria por naturaleza, pero ha sido infiltrada varias veces. Yo,
el Nonato, no tengo una idea clara con relación a la mejor forma de la
organización republicana. Es más: La repatriación de los restes del Dictador
que restaurara las leyes me pareció positiva para el país. Pero mi opinión no
es tomada muy en cuenta, ateniéndonos a mi origen un poco descolgado. Si bien
es cierto que cuando hay algún apagón hay quienes me piden que no parpadee, en
los momentos cuando hablaba acerca de la justa liberación de Nelson Mandela,
esa parte de la familia me mira con desconfianza. El tío Miranda dice que algo
habrá hecho ese negro, pero esa frase
fue acuñada en una época en la que yo no nací. A veces la lista me da bronca.
El cuñado ilegal de Pirillo, aquel repartidor de garrafas anarquista, anotó
últimamente en la lista: Boca – River: La familia es de River. Eso es lo que me
da bronca, pero desde hace mucho tiempo, porque el tío Martin, catedrático en
Friburgo, de aquí en adelante Tino, inscribió hace algunos años, movido indudablemente
por su iluminismo científico: Independiente – Racing: la familia es de la
Academia. Pero a mí me gusta el Rojo, qué jorobar. En la lista figuran todas
las dicotomías posibles, como Blanco – Negro: Somos Blancos. Derecha –
Izquierda: Somos Derechos. Claro que siempre hay excepciones, como por ejemplo
la que se ha dado en este caso con el Gorrión Ramos Mexía, aquel falso
recitador del programa de Tato Bores e ideólogo de La Tablada cuya historia –a
contramano de la historia de Andreas Baader y Ulrike Meinhoff, sobre todo luego
de la ola de suicidios de la banda en prisión durante 1976 y 1977 que fueran
denunciados como asesinatos- fuera desarrollada anteriormente. La familia
apunta hacia la derecha. Porque, vamos a ser sinceros, quizás toda nuestra inteligencia
reside en haber reconocido este punto. Si ese reconocimiento, no hubiese habido
desarrollo posible. Siempre habrá un Gorrión que opine lo contrario, pero está
claro que un grupo no se desarrolla completamente si no tiene establecido con
claridad el concepto “familia”. Por otro lado, el ser humano ha adquirido la
conciencia de la muerte, lo que lo ha llevado al intento de entendimiento sobre
la existencia de Dios. ¿Cómo podría la familia permanecer ajena a toda la
volición de nuestra especie?: Creemos en Dios. Como otras veces, la excepción
soy yo: Todo lo derecho que pude salirle a la familia fue haber sido peronista
(de los de antes), pero no alcanzo. Yo era de la llamada Tendencia, la que
configurara el poderoso brazo armado del Comando de Organización y pude haber
llegado a los primeros niveles de la conducción pero mi carácter tímido y
reservado me lo impidió. En el fondo eso es una suerte, ya que el compañero
jefe amaneció muerto con las primeras luces del Régimen de la Iniquidad, pero
quién lo hubiera dicho si esos tipos se presentaron como si tuvieran más rosca
que nosotros. Pobre gente. General – Particular: Somos Particulares, aunque al
venerable don Rafael le hubiera gustado inscribirnos en la otra punta, claro,
somos más los civiles colaboracionistas que los integrantes del ejército de
ocupación interna, encima con la presencia del tío Martin, catedrático en
Friburgo y sostenedor filosófico del régimen y la del marido de Milonguita que
tiene una Empresa de Seguridad, quién nos toca el traste, como diría el gordito
Nono Lucas, borracho y mujeriego, amante y jugador. Según le escuché decir al
primo Alejandro, malvado y travieso, ladrón de estatuas y proveedor de armas al
Régimen de la Iniquidad, lo peor del régimen es que el tío Martin, catedrático
en Friburgo, Tino de aquí en más, publicó su libelo “Un aporte poco serio sobre
la Filosofía del Amo y del Esclavo en Hegel”, bajo el seudónimo de Carlo
Sopore, y estudió la depresión del ánimus en el matador, una vez que ha
consumado su maldita obra y encuentra que los supérstites del esclavo están
imposibilitados de admitir la desaparición por falta de pruebas contundentes,
materiales o testimoniales. Lo triste para el Amo es que nunca jamás podrá
aportar esas pruebas sin incriminarse seriamente, teniendo en cuenta el
posterior advenimiento de un régimen tan imperfecto como el Régimen de la
Iniquidad, que podría tener sus errores pero nadie, ni el más recalcitrante de
sus detractores podrá negar jamás que estuviera lleno de creatividad. La tesis
del tío Martin sostenía –sostiene- que los ejecutores e ideólogos del Régimen
de la Iniquidad irán confesando uno por uno sus aberraciones individuales, a
simple efecto de experimentar el goce de percibir las reacciones de los
supérstites de los Esclavos muertos y sentirse así, de una buena, definitiva y
efímera vez, Amos de verdad. El propio primo Alejandro en su momento escribió
en la lista otra de las dicotomías que hacen historia no de la familia sino de
la raza humana: Amo – Esclavo: Somos Amos. Eso está claro. No es tanto el caso
de Frederick del Shamanta, el negro orejudo que tiraba siempre de la correa,
pero repito, en cada clan hay excepciones y el nuestro no podía escapar a esa
regla de oro. En lo referente a excepciones tenemos varias en la familia y una
de ellas es la del primo Cacho, poco conocido como Ergasto y comprador de
departamentos sin pagar las correspondientes comisiones. La excepción del primo
Cacho, poco conocido como Ergasto, está en que no quería saber nada con los
escribanos del Régimen de la Iniquidad, que cualquier cosita te hacían una
escritura a tu nombre. Los escribanos pulularon sobrevolando la vieja mansión
familiar durante el affaire de Pirillo, el repartidor de garrafas anarquista,
porque vieron que había un montón de posesiones. Vinieron a horcajadas del
hombro siniestro del marido de Milonguita, pero indudablemente la culpa de todo
fue de la abuela Jessica Hakim, aquella princesa oriental famosa por su belleza
y su maldad. Yo habría querido que la abuela Jessica Hakim hubiera sido famosa
por su inteligencia, pero no hay caso: A la familia uno no la elige. Quizás, en
aquella instancia salvó sus bienes inmuebles gracias s lo intrincado de la
sucesión: A los escribanos no les gusta mucho el trabajo que se complica. En
ese aspecto el que no tenía inconveniente alguno era el licenciado Pecunia,
emparentado al clan más por la muerte que por la vida, pero eso es algo que
quizás narre algún descendiente de la familia. Dudo que Yo, el Nonato, puede
reproducirme debidamente, pero quizás, en una noche sin luna, ocurra el apagón
en el camino que me ponga a tiro de una muchacha. Luz – Sombra: Somos Luz,
escribió hace dos o tres años en la lista el respetado Silas Mansilla y
Anchorena en un momento de ofuscación por la falta de semáforo en una esquina
tan importante. Silas, maniqueo como él solo por origen y quizás en el
contrario sentido, estaba quedándose ciego y todos los días tenía que cruzar
esa esquina a las siete de la tarde. Un temible automóvil Falcon, modelo casi
homófono de la castellanización de nuestro apellido, con perdón de la palabra
lo atropelló en la pierna izquierda (mensaje divino, Agustín mediante) y lo
postró durante tres meses en una de las habitaciones más altas, y por ello más
luminosas, de la vieja mansión familiar. En ese tiempo Silas, que (digámoslo)
tiene un ego de enormes dimensiones, gestó más del noventa por ciento de lo que
él mismo llama su obra literaria. Como el pobre Silas estaba al borde de la
ceguera, se valió de la prima Alejandra, hermana del malvado Alejandro y
antitética de su hermano hasta el hartazgo. Pero, como hubiera señalado Pablo,
que es como de la familia, ella es tan práctica, tan buena, que ya pudre, y por
esa razón transcribía ciertas cosas que Silas iba hilando en voz alta y que
ella calificaba como “bajones”, con alguna que otra modificación. El resultado
de las líneas dictadas durante esos interminables noventa días está compilado
en el ensayo “Luz y sombra: Notas sobre la calidad de vida para el vecino de la
zona”, y quedó destinado a convencer a los ediles de la ciudad de Buenos Aires
sobre la necesidad de señalización en las calles que dan nombre y mejor
apellido pero mucho mejor dicho sobre apellidos a Silas, quien nunca se enteró
de esa especie de traición en la que incurrió la prima Alejandra. Digo especie
y no traición a secas porque a esta altura de la existencia de la familia como
institución ha visto un montón de actos y actitudes que rozaron, se abrazaron,
copularon con la traición, a tal punto que algunos integrantes de la familia,
en apariencia irreconciliables, finalmente se aliaron para la obtención de
algún fin o bien común. Ese fue el extraño caso del Gorrión Ramos Mexía con el
orangután en jefe de la Empresa de Seguridad, de cuya unión nacieron más de
veinte muertos, cosa difícil de explicar pero de efectiva comprobación en la
realidad.
Apósito de la tercera, donde
el Nonato habla en primera sobre lo que le gusta del Otro, sin tanto Lacan ni
ocho cuartos. (O sí, pero eso ya forma parte del viejo y querido Omnia
Marcellus Baldonedus dixit)
Yo, el Nonato, vamos a ser sinceros, era una persona
triste de verdad. He sufrido desde antes del principio, en el vientre de mi
madre, lo indecible y aún más de lo tolerable. Muchas veces supe ser el peor de
todos porque los otros despreciaron mi origen y mi destino. He sido traicionado
en lo más profundo y donde más duele por mi primer (y quizás único) Gran Otro.
Después de veinte siglos de culpa judeocristiana, he lastimado con la furia de
los vándalos a mi mayor afecto, siendo a la postre castigado con su amor, como
le hubiera gustado a Él. Creyéndome generoso he robado, inmisericorde, parte de
aquello que no puede ser recuperado. Por otros caminos, en una especie de
equilibrio universal, he sabido del escarnio y de la humillación. Han querido
deshacerse de mí antes de haber alcanzado yo mi poder de decisión. He sido
abandonado. Quizás por todas esas horribles cosas vividas es que ahora he
decidido finalmente gozar un poco. Al ver que todas estas ideaciones humanas
–hasta las más egregias- eran pasibles de destrucción y (peor aún) de
corrupción, he determinado que el goce es un excelente motor, si se encuentra,
claro, dentro de la Gran Obra de Dios. Entonces a ella me remití y empezaron a
gustarme y me gustan ciertas pláticas, no muchas, es cierto, pero algunas sí
que me gustan; me gustan las bailarinas, me gusta el vino blanco bien helado,
las sábanas planchadas, el olor a sahumerio, el olor a cera; el olore di femina
la cazuela de mariscos la música suave me gustan las montañas Sus senos
perfectos y torneados me gustan Sus labios adoro las noches la tranquilidad las
preguntas a los ojos que quiebran la tranquilidad me gustan las estrellas las
mañanas los días de campo me gusta el olor a jazmines me gusta la calle me
gusta escribir me gusta leer me gusta contradecirme me gusta confundir me gusta
que llegues me gusta el suspenso me gusta Ella con su recuerdo inmarcesible me
gustan los niños me gusta la lucha me gusta conmigo me gusta el ascenso me
gusta el placer me gusta triunfar me gusta saber me gustan los logros me gusta
callar pero no siempre supe hacerlo me gusta saber me gusta hacer me gustan las
palabras las canciones las ideas las sensaciones me gustan los científicos me
gustan los artesanos me gustan las olas me gustan las llamas me gustan los
pianos me gustan las cítaras me gustan las guitarras me gustan los
sintetizadores los samplers me gustan los papeles me gustan las lapiceras me
gustan los libros me gustan las tazas me gustan los idiomas me gustan los
códigos las claves los paliques los símbolos me gusta el amor me gusta el amor
me gusta el amor me gusta Ella con su presencia inapreciable me gustan los
discos me gustan los címbalos me gustan los parches me gustan los
distorsionadores los buzukis los tonos los ritmos las escalas los blues las
flautas traverosas los guitarrones los violines y las violas da gamba me gusta
variar me gusta trasnochar me gusta amanecer me gusta complacer me gustan las
pavanas me gusta la idea del satori me gusta el pacman me gustan las
computadoras las grabaciones las reproducciones la música el cielo la tierra
los bosques las selvas los ríos los mares las tabernas me gusta el calor me
gusta la tinta negra me gusta el sol a mediodía si es otoño me gusta la sierra
me gustan las llaves me gustan las bibliotecas y claro los bibliotecarios si
sin ciegos y vivieron en Buenos aires me gusta la paz me gusta la armonía me
gustan los platos voladores me gustan los platos fríos me gustan los platos
calientes me gusta la luz de la que emerjo me gusta la poesía me gustan las
carpetas me gusta el viento que llega fresco me gustan los secretos me gustan
los desvelos me gustan las voces apagadas como en sueños me gustan los sueños
me gusta Ése Que Tú Sabes me gusta que sonrías me gusta que no te detengas me
gusta el modo en que luchas me gusta cuando caminas y te vas y estoy mirándote
a media altura me gusta que hayas venido me gusta que te hayas quedado me gusta
que estemos juntos me gustan tus dudas me agrada que disientas me place ser dos
me place ser cien me gusta que nos fortalezcamos me agrada que me importes me
agrada respetarte me gusta interesarte me gusta que hayas llegado hasta aquí me
lace verte conmigo me gusta el té y te lo dije me gusta esperar me place
prorrogar los deseos pero también me gusta cumplirlos a tempo me gustan
los mensajes del cosmos me gustan los mensajes al mar me gusta tu mano tendida
me gusta tu cuerpo quiero decir cada macromolécula cada subpartícula cada átomo
me gusta casi todo lo que desconozco de ti me gusta que no haya preconceptos me
gusta tanto que estés aquí me gusta que podamos juntos me gusta que lo hagamos
juntos me gusta que respetemos que cuidemos que cultivemos que potenciemos que
gobernemos que dirijamos que presidamos Eso-Que-Tú-Sabes me gusta en fin
que acabemos juntos.
Última parte
En la que se descerraja lo
inevitable, que no difiere en mucho de todo lo anterior, sino que además cae en
la tendencia natural de todos los actos humanos, razón por la que más que una
última parte, ésta puede ser considerada como un epílogo, aunque tratándose
todo esto de una familia, quizás sea mejor considerarlo un epitafio.
Finalizado el somero vistazo a la lista de la familia
resulta perfectamente comprensible que somos un grupo maniqueo pero simpático,
que no ha perdido los valores y todas esas macanas occidentales y cristianas,
aristotélicas y tomistas que condicionan al mundo actual. Quizás sea bueno
repetir que siempre habrá excepciones como la de tía Berenice Stapleton o la
prima Utte Sibelius, quienes abrazaron religiones protestantes después del
Cisma, pero su existencia en el seno de la familia hace que la propia familia
se fortalezca en la disparidad de las ideas, más allá de la intransigencia e
intolerancia del primo Amin Jumblatt, que dos por tres dinamita el paso de la
limosina del tío Martin, el catedrático friburgués, quizás Tino de aquí en más.
Todo porque no queremos integrar su falange de orientación drusa. lo vieron por
ahí el Día de la Bomba, cuando nos dieron el certificado de ingreso al Primer
Mundo. Pero la verdad es que no se sabe. Amin es un extremista. Quisimos
exportarlo varias veces a Medio Oriente, pero se negaron tanto sus soldados
cuanto los propios libaneses, arguyendo que Amin había nacido en el seno de
nuestra familia, qué jorobar. “Carga con todos tus muertos” parece haber sido
el mensaje llegado desde la cuna del mundo. Algo de razón deben tener, porque
muertos tenemos muchos, algunos del bando del venerable general don Rafael y
otros del bando de Fray Ángel Seisdedos, pero eso no debe condicionar la idea mayoritaria
de pertenecer a la misma familia, por profundas que sean las diferencias entre
sus integrantes. La teoría de los dos demonios viene a colación en todo grupo
que haya soportado divisiones, pero en la familia tiene una resonancia
especial. Resulta que en la última celebración de fin de año, decidimos agrupar
a toda la familia en la quinta de la hermosa Marian, relacionada con ambos
bandos políticos por cuestiones sociales, afectivas y económicas. En el gran
asado realizado al medio día para no poner en evidencia mi capacidad
fosforescente, conocí a enormes personalidades del mundo artístico, científico
y cultural. Resulta que todos son de la familia, cosa que me hizo sentir muy
bien por un lado, pero por el otro me pregunté por qué no estábamos entre los
primeros del mundo, con tanta materia gris en el activo familiar. No encontré
respuesta. Como no podía ser de otra manera, aunque quizás resulte paradójico
para algunos, estuvo encargado del fuego Pirillo, aquel repartidor de garrafas
anarquista que luego se dedicara a la composición de jingles televisivos. El
fuego estaba perfecto. El área ensaladas fue motivo de atención para la madre
marina, ayudada por sus hermanos, los tíos Besugo, también de origen libanés
como Amin Jumblatt y la propia Utte cocinera del mejor apfelstrudel que yo haya
comido alguna vez. Ése fue sin duda un error, ya que, ocupada la tía Utte, los
postres fueron responsabilidad de los primos vietnamitas, que pueden haber
freído ojos de no sé qué pescado tropical, lo que finalmente hizo que nadie
probara los dulces. El padre de Baviera compró la carne, y si bien no sabe nada
de buenos cortes, tiene el rostro adusto y conservador que promete una buena
reprimenda al carnicero infiel, capaz de ahorcarlo con una ristra de sus
propios chorizos. Una carne estupenda. El asado en sí estuvo a cargo de Haile
Selaisse, aquel presidente negro de origen desconocido que aparece siempre en
ocasiones como la del festejo de fin de año. Ante la pregunta medio embolada
sobre quién hacía el asado, se destacó la grave voz del negro Haile, diciendo
“yo lo hago”, por lo que inmediatamente se le transfirió la responsabilidad de
la ejecución, cosa menos importante que la decisión de la responsabilidad, tal
como se demostró en los juicios entablados a la familia en aquella época, pero
todo eso es apenas historia reciente y el hecho del uso del verbo entablar nada
tiene que ver con el ajedrez ni mucho menos con el intento de copamiento a la
Tablada, como podría presuponer perfectamente el fray don Ángel Seisdedos, ése
sí que descansa. Uno puede tomarlo a la chacota, pero tuvimos el honor de
contar con la presencia del venerable general don Rafael para el asado, quien
con su infatigable característica de derrochador de palabras, coronó sus
treinta y dos masticaciones de rigor sobre el primer bocado, debidamente
efectuadas al lomo –excelente lomo- elegido por el padre de Baviera, repito,
coronó su masticación con uno de sus más claros discursos tras retirarse de la
fuerza, con un definitorio “está rico”, lo que arrancó aplausos que pronto se
apagaron cuando apareció entre las morcillas el teniente Aldo, propietario de
un lupanar a la vuelta del piso de la calle Mansilla, pero para entonces todo
estaba definido y es difícil que alguien abandone un aplauso o una masticación
justo en la mitad, razón por la que la ente en general siguió deglutiendo lo
suyo en medio de aplausos que si bien en un primer momento se aplacaron ante la
aparición del primo Aldo, pronto se reanudaron gracias los buenos oficios que
al respecto ofreciera el Pepe Trotsky, militante de izquierda e inevitable
multiplicador de dinero depositado en las arcas de los partidos donde militara,
el Pepe Trotsky que pasara justo después del lomo sirviendo una ensalada de
rabanitos con crema chantillí, una especie de conjunción imposible, de
increíble concepción a la hora del vermú, que enloqueciera hasta a aquellos de
paladar tosco, ésos acostumbrados al choripán y a la pizza de cancha, nomás,
invitando a un aplauso que siguió hasta las cuatro de la tarde, con los más
pequeños dormidos en el acto de aplaudir y los más grandes confundidos porque
se les enfriaba el lomo. Pasados los primeros momentos de estupor, la familia,
que tiene una amplia capacidad de reacción, se las ingenió para dejar de
aplaudir intermitentemente y por sectores, de modo tal que cada cual comía
cuando los demás hacían ruido. Cosa triste en el fondo, porque a eso de las
tres y media falleció el venerable, que no pudo evitar esa especie de
reconocimiento histórico. Media hora más tarde, aplacada la música de la
ovación, el primo Julián de Alcázar, que si bien no es médico tiene una extraña
especialización en odontología veterinaria dictada por la Universidad de
Fukuoka, diagnosticó que al venerable se le había parado el corazón, aparte de
verificar una profunda caries en uno de los premolares del extinto. El Nono
Lucas no dijo nada, pero conociéndolo todo el mundo se imaginaba el chiste que
estaba pensando. Los que se reían pero de verdad se reían fueron los primos
Barca, Pernía y Navaja, conocidos dentro del clan como Los Tres Chiflados,
anotándose otro tanto en el marcador del mal gusto además de todos los que
venían cosechando desde que formaron aquella sociedad con fines de lucro
ilimitado con capital en Cuba y ramificaciones varias entre los inestables
gobiernos revolucionarios del continente y por supuesto en Francia desde donde
se piloteaba tanto la presión como la repre, almirante mediante, lo que
configura una frase cacofónica aunque en el fondo sea verdaderamente
cacofílica, Francia decía donde también lo vieron a esotro del Firme que al
final siempre descansó. En fin, otra nota de discordia de la que nos
avergonzamos pero no tanto porque al fin y al cabo esos Tres Chiflados y el
Firme, sostenedores de un discurso incomprensible que llevó a la muerte a miles
de la familia, son tan nuestros como el mate y la flor de ceibo. El primo Jesús
de la Iglesia, aquel canoso fumador de pipas y dueño de una sobreactuada
tranquilidad, abandonó su aire ajeno y despreocupado para informarnos a todos
sobre su completa perplejidad ante una reacción tan extemporánea como lo fueran
las carcajadas estentóreas de los Tres Chiflados: “No comprendo”, nos dijo,
“cómo un hecho doloroso pudiera ser causa de una cierta hilaridad”. Es famoso y
notorio desde siempre el lenguaje rebuscado y metafórico del primo Jesús de la
Iglesia. Tanto, que en algunos cenáculos de la propia familia llegaban a
calificar ese discurso como estúpido, pero en aquel momento, su voz cobró una
colorida autoridad, porque según creo tenía toda la razón. El silencio
provocado por su sesudo comentario sólo fue interrumpido en un principio por el
característico sonido de los rabanitos quebrándose en la boca del italiano
Luca, una especie de primo de leche, rockero de primera y drogadidacta, tal
como él mismo se definiera cierta noche que me invitó a comer fideos con tuco.
Todas las miradas se dirigieron hacia él, que sonreía en el fondo de la mesa.
“¿Che fai?”, nos preguntó, y comprendimos que al Tano no le importaba nada más.
Él había peleado su propia guerra, la había ganado y lo único que quería era
terminar de comer el asado. Entonces el clan recurrió a un viejo recurso que
esgrime en cada oportunidad en la que no sabe qué hacer: Se condenó a Luca
moralmente, pero empezó a pensar con seriedad en la posibilidad de continuar
con el asadito. Por eso, la familia, que es sumamente práctica, decidió guardar
al venerable en el altillo hasta el otro día, teniendo en cuenta que en
cualquier momento Haile Selaisse, responsable de la carne, lanzaría la frase propiciatoria
(“Se come”), pero sobre todo porque el altillo es uno de los lugares más
frescos de la quinta y nadie quería saber nada ante la posibilidad de padecer
cierta baranda a la nochecita, con la perspectiva de disfrutar aquel delicioso
lomo frío, tipo fiambre, con perdón de la expresión. A eso de las ocho, aún con
el sol en el cielo, decidí irme solo, porque sé que mi presencia nocturna trae
recuerdos no del todo gratos a los bandos de la familia, pero gracias a Dios mi
existencia es inevitable aunque tantas veces haya deseado yo ser algún otro,
morirme o no haber nacido jamás, cosa ésa (al nacimiento me refiero) de la que
nunca estoy seguro de haber hecho o no, dado el incidente del biturbohélice
Fokker F-27, rezago de la Segunda Guerra Mundial que el gobierno había comprado
de ocasión a los holandeses y la posterior intervención de Frederick del
Shamanta, el negro orejudo. A esta altura de la historia del clan, ambos lados
comprobaron que la desaparición física del enemigo le otorga más luz aún que cualquier
otro castigo. Me fui después de haber disfrutado del truco y la pileta, del sol
y de las chicas, del tenis y del fútbol, de la estrategia de guerra y del ludo,
de la experiencia de la vida y de la muerte pensando, camino a la mansión de la
calle Charcas, que pese a todas las diferencias, debo agradecerle a Dios haber
crecido en una familia como la mía, porque puede ser todo lo imperfecta que
sea, per es la mía y yo la quiero. No me iré a otras tierras a probar una
suerte que siempre me parecerá ajena. Y si me voy con la suerte puesta, nunca
podré olvidar el truco con el vino a la hora de la siesta, las chicas en la
pileta y la radio balbuceando cualquier Boca – Independiente. No olvidaré jamás
al obelisco ni al tipo que allí fusilaron, decían que habían fusilado a Dios
pero después el Firme desmintió Todo; no olvidaré la pizza al corte de Las
Cuartetas ni el café de Caravelle, no olvidaré la deuda externa ni aquella
muchacha que alguna vez pude amar; éramos un tango que nunca quise olvidar, lo
mismo que los lunes en el subte o los domingos en la plaza de Coronel Díaz y
Las Heras aunque no estoy seguro: Siempre seré malo para recordar el nombre de
las calles pero me refiero a la plaza donde la gente lleva a los perros, donde
también se fusiló a algunos integrantes de la familia. No olvidaré el silencio
hosco de mi padre ni el olor de los jazmines en el jardín de mi madre. Y claro,
si es que me voy, puede que muera en otro sitio, pero estoy seguro que si esto
ocurre, cuando llegue mi turno en el juicio final me van a decir: “Usted en
aquella fila, con los argentinos” También estoy seguro que para cuando me toque
declarar a mí, alguien de la familia habrá sobornado al Juez, que también será
argentino, qué jorobar.
Esto dolerá. Va sin apósitos,
sin curitas.
© Horacio
Otegui. Se autoriza la reproducción de esta entrada, a condición de que se cite la
fuente y de que no sea modificada ni utilizada con fines comerciales
(licencia CC BY-NC-ND)
Esta novela corta fue
publicada originalmente en papel, debido a que la Comisión Asesora de Letras
del Fondo Nacional de las Artes, formada por Esther de Izaguirre, Carlos Paz y
Nina Thurler le otorgó el Primer Premio en el Régimen de Fomento a Producción
Literaria Nacional y Estímulo a la Industria Editorial para el bienio 1991-93.
Buenos Aires. Argentina.
América del Sur. Futuro del Mundo.
Reproducción total o parcial permitida para fines
no comerciales. Por favor cite la fuente.