jueves, 29 de mayo de 2014
Hasta aquí
He
llegado hasta aquí sin ropa alguna,
mas
traje -traje- un pequeño discurso
improvisado...
Yo que supe beber desde tus manos
puedo ser más allá del tiempo,
te
ha dicho alguna vez el quía y aquí
estamos.
Vos
y aquellos minutos de segundos apretados
-a
razón de ochenta la unidad-
y
yo en esa eternidad que va desde el amanecer y al pensamiento.
Yo
en esa perpetuidad que cabe
entre
el saludo a la mañana y las hojas de algún otoño,
en
medio de la obra siempre en
construcción
-ese
movimiento: Kiné-
y el
apuro porque empieza el cine
y
el café que no nos llega y mejor vamos...
Todo
está pagado.
Vos
y tu cartera de cavidades tan infinitas como lúgubres
(tan
oscuras y fecundas, a la vez...)
y
yo buceando en permanencia los bolsillos,
con
la nariz apenas asomada para aspirar a la mugre
destilada
por el infecto diario mentiroso que el mozo nos regala
porque
a él también se lo regalan:
En
esta ciudad engañada
estamos
todos de regalo, tan contentos y obedientes.
Siempre
he estado en pelota, como nuestros
hermanos los indios
-José
de San Martín dixit, claro- pero nadie me creía y sólo yo lo veía.
Siempre
tuve el culo al aire como ahora -justo ahora-,
yo que supe beber de tus manos-recuerdo el modo
en que acaricié tu alma-
he
llegado hasta aquí sin mi ropita,
con
este humilde discurso que se acaba.
Era
solo para mezclar tu sinapsis velocísima y trato cierto
con
esta tranquila soledad que me acomete casi a diario -y yo la dejo-
porque
me gustaba todo lo de este sumidero
que
algunos consideran paraíso y otros saben el infierno.
Ahora
me voy, como fui siempre hacia otros lados
para
exhibir mi blanco culo al aire en tránsito
-cómo te amé, mujer, cómo te amé
(y cómo sonreías acariciándome el culito) bebiendo de tus manos-
y
después de haber dicho, en fin... y de llevar hacia otros sitios
algún otro discurso, siempre improvisado.
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