martes, 28 de julio de 2015

Ala peligrosa


         El joven médico caminaba por el pasillo interminable, cansado en el alma de tanto haber andado, pese a que aquel era su primer día de trabajo. El viejo doctor le había advertido que ésa era la peor de todas las salas del nosocomio. Allí depositaban a los enfermos que se resistían a morir pese a que toda la ciencia estaba en contra de ellos.
Una mujer salió de entre las camas con la cara desencajada.
-Doctor, le dijo. -El análisis decía mastopatía con focos adenosíticos y microcalcifcaciones y sin embargo me arrancaron las dos mamas y un ovario. ¿Cree Usted que es justo?
-Debería ver primero la hoja clínica, contestó el joven profesional. La mujer seguía mirándolo profundamente, escrutándolo para saber si el médico estaba mintiéndole.
-Permiso, dijo el joven.
Apartó a la mujer suavemente, pero con firmeza, tomándola por los hombros. Los dos enfermos siguientes estaban en la antesala de la muerte. Los miró con un poco de asco y continuó su camino. Otro paciente muy viejo, al verlos levantó su mano en forma suplicante. El doctor se acercó hasta la cama del anciano.
-¿Sí?... le preguntó el doctor.
-Ahhhh... le dijo el vejestorio.
-Sí, repitió el practicante con seguridad y una sonrisa falsa en la boca. Los dedos del hombre comenzaron a temblar y a agitarse en una imploración para que el médico se agachara. lo que finalmente hizo. Su cara quedó enfrentada a la de esa cosa rancia acostada en la cama que lo miró a los ojos y habló nuevamente:
-Ahhhh... repitió. Olía a café con leche.
-Sí, dijo el joven médico por tercera vez. -Sí, claro. le aseguró. Luego se desprendió de esa atracción viscosa que emanaba del viejo y siguió caminando. Dos camas más adelante lo esperaba, amenazador, un hombrón punk de pelos verdes y azules. Dos enfermeros adoptaron una actitud un poco más atenta. pero no se movieron de su pequeña caseta de vidrio. El joven médico les hizo una seña de inteligencia con los ojos. para tranquilizarlos. Como aprendía muy rápido. se le adelantó al punk:
-Permítame ver... le dijo mientras simulaba leer una hoja con la supuesta evolución del paciente.
-Ahá, dijo sin haber leído una sola línea.
-A bi be jodiedon, farfulló el hombrote. Por su excesiva estatura, miraba al joven hacia abajo. Mantenía una mano en la cintura y con un borceguí marcaba el ritmo de una música que nadie escuchaba. -Dizen que tengo zida y be zacadon todoz 1oz dientez.
-Déjeme ver su espalda.
Confundido y un poco a contra gusto, el hombrón se dio vuelta y levantó la parte de atrás de su musculosa. Quedó a la vista una poderosa masa de fibras. Una horrible mancha rosada amenazaba crecer en su omóplato derecho. El joven médico aprovechó para escapar despacito y en puntas de pie hacia la caseta de vidrio.
-Si me sigue, atájenlo. les dijo a los guardias con una sonrisa cómplice. Cuando estaba por atravesar la doble puerta batiente de salida. reconoció tras el vidrio la cara contrariada de su antiguo maestro.
-Bueno, no es que yo tome este paseo de su parte como una falta de disciplina. pero creí haberle dicho que no era conveniente hacer visitas a la sala roja. especialmente sin compañía. ¿Cómo se siente?
-Tengo una profunda lástima, le contestó el joven.
-Es un sentimiento que uno puede expulsar solamente con el correr del tiempo, a medida que uno gana en experiencia. Creo que forma parte de nuestra profesión. Sólo cuando comprendemos que estas personas son la materia prima de nuestro trabajo. éste puede desarrollarse positivamente dentro de nosotros...
Asumió aquella actitud doctoral que solía tener en los claustros. Agachó un poco la cabeza. mientras que con su mano derecha tomaba su muñeca izquierda. a sus espaldas. Así le gustaba caminar, y el practicante recordó que por ese gesto los estudiantes lo llamaban "el peripatético". Imperceptiblemente. el joven sonrió. El anciano doctor continuaba:
-...por todo ello, es hasta necesario que usted no se involucre emocionalmente con aquello que anteriormente definíamos como "nuestra materia prima". El joven médico reaccionó como si despertase.
 -Con todo respeto, Maestro...
-Sí, dígame, le contestó el viejo.
-Me parece que no me expliqué como debía. Cuando ellos me hablaban, solamente quería salir de allí. Quería saber (quizás mágicamente, sin tocarlos siquiera) si era posible ayudarlos, o no. No me importaba quién de ellos tuviera que morir o sanar. No me importaba la historia personal de cada una de esas lacras. Hubiera querido averiguar si uno de esos infelices podía sanar, insisto, milagrosamente, pero sólo para formar parte del milagro, y así aparecer en la revista médica. Ellos no me provocan ningún sentimiento, y eso fue lo que me dio lástima. Pero nada más. El viejo doctor se sorprendió por su propia ingenuidad.
-Y ahora, Maestro, si me disculpa, he de acudir a la sala P.C.R., que es lo que realmente me interesa.
Por el pasillo que conducía a la sala de Pacientes con Recursos venía caminando una doctora que saludó al joven practicante con una sonrisa. Cuando ella llegó hasta donde estaba el viejo maestro, se sorprendió al verlo en esa actitud contemplativa.
Poniendo otra vez sus manos por la espalda, levantó la cabeza, señalando con su barbilla al joven doctor, que se alejaba hacia la otra sala. El maestro tenía los ojos brillantes, por la emoción.
-Como su padre, le dijo a la doctora, -será un gran médico.



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domingo, 5 de julio de 2015

S.D.S. (Skopos Dalvador, Salí)

Para L. T.

Está el ojo que mira... Mira y no ve.
(Bien lo sabe el dueño de la tele...)
Les tira migas de pan a las gallinas
y las gallinas comen lo que el dueño les dé.

Los miedos de comunicación manipulan
los temores de la gente y así...

Las gallinas votan el producto de las migas.

Luego está el ojo que ve y no dice nada;
casi siempre inteligente
y consciente del párpado
navega los meandros de otras mentes,
atento a toda oscuridad.

Y en el final está el ojo que penetra tu retina
mira, intuye y ausculta, inquiere y verifica
hasta ese sombrío tramo íntimo
de tu uretra macha y de tu puto colon:

El ojo-skopos pregunta
qué será.
Con eso dejará su daga
para siempre clavada
en tu mirada.

(Salvador seminó por lo menos
uno de sus cuadros)

El ojo-skopos que ignora ese dato
sin embargo te afirma en su pregunta
-tanto como en el fondo
te cuestiona en medio de su tesis-

Qué
y más aún:

Por qué.


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