domingo, 15 de septiembre de 2013

Hago lo que no puedo.



Somos en fin -voto a Hegel- lo que hacemos
y en mi caso es lo que nadie debería.

Escribo sobre otra piel más que en la propia e imagino
una luz, una poesía:
que pertenezco a una Razón que me pertenece,
claro. Soy la Razón.

(La ilusión del materialismo dialéctico)

Canto en soledad para un imaginario oído ajeno y entreveo
que percibe -entre la nota- el semitono.
Sueño que ese oído aprecia la pausa justa, el trino cierto.

Los feriados caigo en perfecta luz hacia los cielos:
vuelo hacia el suelo, firme con los brazos en mi cruz
pues sólo el que sabe caer sabe cuando cae que cae en buena luz.

Dibujo con mi sangre la cara de gente hipotética,
hijos de los desaparecidos. Sus sonrisas.

Algunos viernes me tabico los ojos y tapono mis oídos.
Así, dispuesto con amor hacia la danza,
giro loco en el tirabuzón de los derviches.

Vago -siempre hago- lo que nadie debería
y los lunes vienen hasta mí los famosos traidores de la patria,
los Chicago Boys que mascan siempre m&m
(All good children will go to heaven...)

Esos pelados imitan el peinado
-anchísima raya al medio- de su jefe, don Paul Singer
y todos ellos exageran en su peladez: Son Muy Pelados.

Soy el que sabe cuando cae que cae en perfecta luz
porque el auto nunca me arranca y en el baúl llevo dos muertos
que no me eximen de responsabilidad:
La criatura que soy habrá la cárcel entonces, toda la cárcel
y cómo explicarles a los los chicos y a las chicas el mito...

El mito de la justicia.
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