jueves, 4 de julio de 2013

Donald´s Klux


Para el común de la gente está claro que una gran organización debe estar sustentada por fuertes lazos fraternales, de modo que pueda crecer con el tiempo y no desintegrarse. Está claro también que el común de la gente no forma grandes organizaciones. Esa tarea está reservada a personas fuertes, leales, con rígidos principios y a quienes les importan los objetivos y conocen los medios a emplear para que una gran organización funcione. Yo soy una de esas personas, y un estudioso del espíritu humano. Sé que los hombres comunes sienten miedo. Cuando convoqué a los primeros para formar una familia (en sus orígenes el Klan era una hermandad) empezaba por un planteo simple. Les decía "Está claro que una organización debe estar sustentada por lazos fraternales". Todos decían que sí. Luego les hablaba claramente del problema de los negros, y las soluciones prácticas más viables para sacárnoslos de encima. Todos sonreían. Finalmente, los invitaba a formar parte de la familia, advirtiéndoles que todos los hermanos tenían garantizado el anonimato aún estando dentro de la familia. Todos aceptaban inmediatamente, pese a que yo les daba su tiempo para tomar una decisión. Todos ellos salían de aquellas primeras reuniones hacia el almacén de Mel Ferguson para comprar tela blanca. Es que todos estaban pensando en algún maloliente vecino negro con quien tuvieran alguna diferencia, por pequeña que fuera, para denunciarlo. Todos ellos tenían miedo. Yo había sido comisario en mi juventud, y debo reconocer que perdí mi estrella de ocho puntas por haberme excedido más de una vez en mis arrestos. Ahora pienso que por eso nadie objetaba la primera de las reglas que yo recitaba. Luego se sentían un poco más seguros con la cuestión de las capuchas.
Hasta mis hijos se entusiasmaron con ellas. Tengo seis varones y el menor de ellos, Timmy, usaba mi enorme capucha blanca para jugar. Yo prefería eso a verlo gatillar mis fusiles automáticos dentro de la casa. Ocurre que estuve en Corea, y al fin de la guerra traje muchísimos souvenirs. Entre ellos, el arma que me acompañó durante veintiséis meses. Traje además dos fusiles soviéticos capturados a los comunistas. Brad, mi hijo mayor, siempre se mostró reacio a integrar el Klan. Decía cosas raras sobre la igualdad, sobre los derechos civiles, aunque yo sé que en el fondo detesta tanto a los negros como yo. Brad es el único de mis hijos que puede disimular el asco que le da esa gente. Hasta se fotografió con ellos. Corrió para Alcalde en las últimas elecciones, con los demócratas. Se fue de casa hace unos años, justo después que el Klan incendiara la granja del maldito Eneas Quick. Brad dijo que no podía soportarlo. "Pues bien", dije yo, "entonces vete". Él se marchó. Hasta hace muy poco tiempo, muchas veces durante la noche, me despertaba pensando qué cosa rara le habría ocurrido en la sesera al pobre muchacho. Si bien está casado con una buena muchacha del pueblo, tiene hijos y ha hecho una carrera política, debió haber venido a visitar a su padre mientras podía. Sé muy bien que tuvo muchos encuentros con mi esposa Abbie cada vez que yo estaba fuera del pueblo por cuestiones de trabajo, pero durante mucho tiempo no me dirigió la palabra. Mis otros cinco hijos tienen una excelente relación conmigo, y ninguno de ellos tiene ideas radicales. Todos fueron educados igual. Cada cual de ellos llegó lo más alto que pudo, y su padre no fue un lastre para ellos. Son todos muy buenos granjeros. Mick es agrónomo, Lou es veterinario, Fast y Joe abrieron una tienda láctea en el pueblo hace cinco años. El pequeño Timmy quiere ser abogado, y ya veremos qué pasa con él. Los seis niños con la misma religión, asistiendo a la misma escuela, y Brad resultó ser la mala semilla. Todos fueron alimentados del mismo y natural modo. Carne, tocino, avena, cebada, centeno, trigo, maíz, manzanas, naranjas… Creo que nada más en esas cosas, hay una enorme cantidad de vitaminas.
Recuerdo que Brad me decía: "No comas tanta carne, papá. Aumentará tu colesterol". Quizás esa frase resumiera su sentimiento hacia mí. En mis oraciones, yo solía repetir; "Brad, maldito renegado, ven a visitar a tu padre". Pero no vino nunca.
Viene ahora a mi memoria la noche en la que el viejo Donald abrió su casa de hamburguesas en el pueblo. Fue todo un acontecimiento. Durante tres meses, todos los sábados, íbamos con Abbie y los chicos a cenar ahí. Luego, durante la semana, cada uno de los integrantes de la familia Killer llegaba hasta allí ocasionalmente, y almorzaba o cenaba. Alguna vez me encontré en el negocio del viejo Donald con alguno de mis hijos cuando todos nosotros vivíamos aún en la granja. Ahora resulta demasiado grande para los que quedamos. Olvidé decir que tanto Fast como Joe se casaron con las mellizas Kimble. Creo que esos chicos son felices.
La solución para exportar las lúcidas ideas sajonas y antinegras la encontramos en esa casa de hamburguesas. En una de las tantas reuniones nocturnas del Klan fusionamos una idea con la otra y así conseguimos que nuestra brigada -denominada Mac Carthy- integrara una poderosa inyección de capital en efectivo para abrir una sucursal en Phoenix. El encargado de la operación fue Artie Buchanan, que ya se había cargado a tres oscuros en nuestro amado pueblo de Benson. Su nombramiento fue propuesto por el sheriff O'Connor, dado que había siete testigos de los asesinatos, y no podía demorar un día más en arrestar a Artie. Las muertes habían ocurrido un par de años antes, pero el Juez Kirk demoró el procedimiento cuanto pudo. Artie hizo un trabajo impecable: Captó a doscientos nuevos hermanos -que a esta altura empezaron a ser "miembros activos"- y vendió nada menos que cien mil hamburguesas en tres meses.
Decidimos que habría que exportar nuestras ideas. Mientras tanto, el viejo Donald estaba orgulloso de nosotros. Panamá, Brasil, México y Canadá fueron los primeros países que probaron nuestras legítimas hamburguesas y de paso se prepararon en la lucha contra el comunismo. Luego de un tiempo descubrimos que estábamos detrás del mejor negocio del mundo.
Pese a que el negocio se mantiene sólido, desde hace algunos años se repiten operaciones secretas de la KGB y de los seguidores de Malcom X hicieron temblar nuestros mismos cimientos. Un estúpido médico comunista relacionó perversamente el cáncer de colon del presidente Reagan a su consumo de hamburguesas y un grupo de malditos negros del Bronx presentaron una demanda por su obesidad, provocada por la ingesta de nuestras famosas raciones de la felicidad. Afortunadamente la ola de estupidez ya pasó y ni eso ni nada hace que nuestro querido pueblo deje de alimentarse debidamente.
Mi mayor victoria -una revancha que me ha ofrecido la vida, casi sobre el final- es que hemos alcanzado el confín de América: llegamos a ese remoto país llamado Argentina para propalar nuestras ideas y vender nuestras hamburguesas. Lo mejor de todo es que el Local Manager -Gerente Zonal, como lo denominan en esas tierras-, es mi querido y díscolo hijo Brad, que perdió la Alcaldía en las elecciones.
Pese a mis cuatro by-passes estoy feliz. Creo que el viejo Killer puede morir en paz.
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