martes, 30 de julio de 2013

Sobre el tratamiento de las noticias



Un tren AVE (Alta Velocidad Española) vuelca en Santiago de Compostela. 79 muertos.
La televisión española mostró cadáveres en las vías y angustiosos relatos posteriores. Cubrió el traslado de los heridos y las impresiones de los testigos. Tras el accidente pudo verse también que algunos civiles (¿pasajeros del tren?) ayudaban a sacar al motorman de la cabina de mando. En su confusión, se dice que el hombre rogó que no hubiera muertos, porque cree haber cometido un error, y si hay muertos, los cargará para siempre en su conciencia. Otro hombre, de uniforme -de la policía o de Renfe, la Red Nacional de los Ferrocarriles Españoles- lo sostuvo del brazo -no como si estuviera aprehendiéndolo- y lo condujo hacia una ambulancia. Simultáneamente pudo verse el descarrilamiento y -en mecanismo coincidente con los que utilizan los medios en todo el mundo- se publicó una foto del velocímetro del tren que el motorman había montado en su página de Facebook. La imagen aparece como una imprudencia poco digna de un adulto, en su fondo y en su forma.
Pero la televisión española no mostró -por lo menos yo no la vi- la moneda vil y corriente que tanto cotiza en la televisión argentina: Ningún presentador de noticiero especuló sobre el estado de conciencia del hombre que piloteaba el tren en el momento del desastre, por ejemplo. Eso es lo más frecuente entre los opinólogos argentinos, quienes condenan a encargados de edificios, hijos, maridos y amantes, padrastros o hermanastros de cualquier víctima sin otra base ni fuente de las que brindan las imágenes que les llegan por una pantalla: El mismo modo en que lo recibimos los televidentes. La diferencia es que nosotros (y en privado) tenemos el derecho de opinar sobre todo, hasta sobre lo que desconocemos, pero ¿seríamos nosotros -la gente- capaces de decir públicamente lo que decimos en privado?
En España no se organizó un talk-show con sobrevivientes del accidente.
Nadie salió a pedir la cabeza del motorman, del minstro de transportes, ni la del bueno de Rajoy. Este último era una exquisita carne de cañón, imputado por delitos fiscales.
Pero no, nada de eso.
El motorman fue al hospital y cuando llegó su turno, se negó a declarar ante la policía. La televisión no lo cuestionó, porque era su derecho constitucional. Dos días después el sospechoso hizo su voluntad y declaró ante el juez, en sede judicial. Se filtró que su palabra fue de auto inculpación.El juez lo imputó por homicidio culposo y lo dejó en libertad, pero le prohibió salir de España. Deberá presentarse ante el tribunal a razón de una vez por semana. Nadie exigió su prisión preventiva.
La televisión española informó los hechos. No exigió justicia express ni presionó a los familiares metiéndoles los micrófonos adentro de la boca para que exijan alguna cabeza en el acto del accidente.
La televisión española se ha comportado como un ejemplo de ética a seguir para gran parte de la televisión argentina.

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